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Quilapayún y el público fue todo un espectáculo
FuentePeriódico: LA VOZ Fecha27 Noviembre 1983 PaísArgentina


Edición transcrita/traducida

El arte de saber unir la revolución con las estrellas para darle al otoño un golpe de ventana

CUANDO Quilapayún arrancó con Plegaria a un labrador de Víctor Jara, estaba todo dicho. Después siguieron El árbol de los libres de Neruda, un fragmento de la Cantata Santa Maria de Iquique de Advis, Tío Caimán (aquí el delirio fue total). La carta de Violeta Parra y así otros temas de la etapa anterior al exilio; se corroboró entonces que la tesis de LA VOZ. expuesta en la conferencia de prensa, no era equivocada: el público respondió con un único e inacabable aplauso, con un único y constante aullido de aprobación. Y siguió batiendo palmas y bailando al son de la música. De ese ritmo mágico que desde el escenario siete chilenos transmitían quizá como nadie, cumpliendo con el viejo precepto que rescatan los especialistas de la comunicación: el feed-back, es decir el mensaje de ida y de vuelta.

Y entonces: ¡a la mierda con los papeles, lapiceras y apuntes! Se acabó la crítica, el critico, la solemnidad, la imparcialidad y todas esas tonterías: a batir palmas, a cantar, a sacudirse. En fin, a participar. Eso es lo que logra Quilapayún sobre un escenario. Y eso es lo que se espera de un artista popular, que sea capaz de transmitir un mensaje y que el mismo sea capturado por los espectadores, quienes, a su vez, no deberán ser meros espectadores sino parte del espectáculo.

Magia, encanto, profesionalismo,. sentimiento. Eso y mucho más pone Quilapayún sobre un escenario. Porque además están la música y el contenido político. Y está también el talento. Talento de quien no aparece en el escenario y solamente maneja la consola de sonido (aparentemente), que no por casualidad es el director artístico del grupo. Nos estamos refiriendo a Eduardo Carrasco, quien no solamente demostró inteligencia en sus respuestas al periodismo en la conferencia de prensa sino que, además, la demostró con la puesta en es cena del espectáculo. Algo muy notorio, porque no hay grupo que con tanta sencillez y sin nada (enfundados en ponchos negros, sobria iluminación), se mueva con tanta soltura e impresione tanto como lo hace Quilapayún sobre el inmenso escenario. Ahí hay talento, una mano que desde afuera mueve sutiles hilos y que brinda un todo mágico.

Pero recompongamos esta crítica. Como señalamos, Quilapayún finalmente -ya lo dijimos, la cosa se discutió públicamente con LA VOZ en la conferencia de prensa- decidió encarar su antiguo repertorio, el que esperaba precisamente un público politizado y enfervorizado (se cantaron todas las marchitas antidictatoriales de los últimos tiempos, inclusive el último hit: "mire, mire qué locura / mire, mire que emoción / se acabó la dictadura / la.. ." etcétera, etcétera). Sabiamente intercaló algunas novedades, como el caso de Momento de Federico García Lorca, el tango Re-volver con el fenomenal Arturo Penon en bandoneón, una elegía de Eduardo Carrasco y la maravillosa Luz negra, del mismo Carrasco, donde éste plantea el tema del exilio, la dolorosa noche de Chile pero también la necesaria "revolución y las estrellas, un tema recurrente en esta nueva etapa.

Pero el público gritaba por La muralla, que finalmente hicieron. Y enloqueció con El alma se nos llena de banderas y bailó a lo loco con La batea y se deslumbró cuando, continuando con el grito acompasado de "el pueblo, unido, jamás será vencido". lo transformaron en canción con una soltura y habilidad de locos. Locos sensatos, locos poetas, locos-locos en la intercalación de varios discursos delirantes, de diálogos insólitos, de preguntas con o sin respuesta pero que obligaban a la reflexión o a la risa. Ahí apareció el nuevo Quilapayún. Y apareció también en un disparate musical (Vals de las palomas) interpretado en tres dúos de sikus como para demostrar que saben y pueden también musicalmente, que no todo es panfleto, que no todo es negro, que la vida es alegría, felicidad, desborde de sentimientos. Que hay que saber reír.

Eso y mucho más fue la triunfal noche del retorno de Quilapayún a la Argentina, empañada solamente por un error de los organizadores, lamentable error de colocar en calidad de presentador a Armando Tejada Gómez, quien con su retórica escolar prolongó primero innecesariamente la presentación con algunos de sus más mediocres poemas, luego con un demagógico intento de ganar al público y el aplauso fácil con acotaciones sobre Cuba y Nicaragua totalmente innecesarias, y además sin. vuelo poético; posteriormente introduciendo a la cantante Patricia Andrade y al grupo Quintral no previstos en el programa y además notoriamente injertados sin lógica, para, finalmente lanzarse con una parrafada contra el periodismo no solamente fuera de lugar sino, además, falaz.

Tejada no tiene ningún derecho a hablar en un escenario como el Luna Park sin estar antes informado, como se lo hizo saber desde un sector del público, además. Efectivamente, el poeta comenzó diciendo que el periodismo había ignorado que Patricia Andrade había sido la reciente ganadora del festival Sochi de la canción que se realizó en la Unión Soviética. Alguien del público le gritó: "Che, no leíste el diario LA VOZ". Al respecto recordamos haber leído también en otros medios la información y, que sepamos, ningún periodista argentino fue invitado a dicho festival ni tampoco los responsables del evento transmitieron dato alguno a las redacciones.

En fin, que Quilapayún mereció un presentador de mayor jerarquía y que supiera cumplir a cabalidad su función, cual es la de no emplomar el espectáculo y dar solamente pie a los que el público espera escuchar.

Ricardo Horvath