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Aplaudido Debut Tuvo El Grupo Quilapayún
FuentePeriódico: EL MERCURIO Fecha21 Enero 1989 PaísChile


Edición transcrita/traducida

El conjunto dio anoche dos recitales en el Teatro California. Estará hoy y mañana en el mismo escenario.

Antes de cualquier cosa hay que decir que, independientemente de lo que cada persona piense sobre las ideas políticas y de todo orden del grupo Quilapayún, cualquiera puede reconocer que este conjunto ya alcanzó un alto nivel de profesionalismo y despliegue estético y que no puede bajar de ahí a menos que desaparezca.

Cuando comenzaron a sonar los primeros acordes de "La carta", de Violeta Parra, las casi 800 personas presentes en el Teatro California, en el primer concierto de dos que Quilapayún ofreció ayer, ya estaban rendidas. Pese a algunas críticas que hablaron de cierto acartonamiento de la concurrencia, nadie puede desconocer que la gente aplaudió efusivamente, lloró un poco, y culminó las dos horas de concierto ovacionando largamente, por varios minutos, al conjunto que habían ido a ver.

Sólo corrían minutos de recital y ya un factor que fue protagónico durante todo la velada se hizo notar. Salvo alguna falla en el último tema, la iluminación tuvo un manejo excelente, lleno de matices, con una gran capacidad para crear el clima preciso que cada canción requería. Una nota brillante para el trabajo diseñado por Eduardo Carrasco, director del grupo.

La amplificación sólo tuvo pequeñas fallas de equalización y que no son enteramente achacables a los técnicos, pues la emoción contenida y la tensión presente en los artistas pusieron de su parte para tales fallas. De todos modos, se puede hablar de una presentación, desde el punto de vista técnico, impecable.

Lo otro, es la performance propia de los siete músicos sobre el escenario. Interpretaron 19 temas y dos más fuera de programa.

Entre tema y tema se alternaron diversas palabras que en general adoptaron la forma de sketches o de interrupciones al hablante principal. De mostraron gran humor sin dejar una importante cuota de ironía especialmente en los sutiles palos que dejaron caer a izquierdas y derechas políticas. Estos momentos más libres, que a ratos recordaron el estilo de Les Luthiers, dieron una impecable continuidad a su espectáculo.

En la parte técnica habría que distinguir dos cosas. Uno es la nueva línea de composición del Quilapayún. La música, y es evidente, ha cambiado. Ellos insisten en que están ahí, en sus nue vas partituras, las mismas raíces del principio, aquellas que los emparentaron con el canto popular indisoluble-mente. Pero la intención no puede evitar que haya público que a la salida diga "¡qué raro lo que están haciendo!" Es claro, la música tomó caminos armónicos insospechados para un grupo de música popular. Reminiscencias de Bela Bártok y de otros compositores contemporáneos hacen que las armonías (las posturas de guitarra) y las melodías (lo que uno canta) sean difíciles de seguir, suenen "raras" o poco normales. Es un camino que aleja del público, incomprendido pero imposible de dejar una vez que se ha asumido. De todas formas, puede encontrarse la idea original de Quilapayún en la música actual del grupo, en lo nuevo que se mostró anoche, en las frases que iban entre canción y canción, en la variedad de ritmos usados. Hemos apren dido, reconocemos las raíces del país en muchas e innegables influencias (la cumbia, la guajira, la salsa, el rock), parecen decir los músicos.

La segunda cosa que se debe observar es la calidad interpretativa. Los instrumentos sonaron bien, con prestancia en el tocar y bien amplificados. Pero algo se notó mal en la fuerza del canto. Hubo energía, pero también tensión. Hubo canciones como "Palma sola" que no estuvieron bien entregadas: hubo ricos juegos de stereo en la amplificación de ese tema, pero lo esencial no se sintió. El comienzo de la segunda parte mostró a un Quilapayún completamente desconcentrado al entregar el buen tema "La mano", mucho más ricamente expresado en el disco "Survarío"

Obras tradicionales (un movimiento de la suite n° 2 de Bach y "Eleanor Rigby", de Los Beatles, entre otras) tocadas con instrumentos folclóricos fueron una demostración de eficiencia interpretativa y de transcripción (arreglar una melodía para instrumentos distintos a los diseñados originalmente), que han sido ensayadas con éxito aquí por el Barroco Andino antes, y que no terminan de convencer formalmente a los críticos como piezas valiosas.

Hubo canciones viejas ("Mi patria", "Malembe”, "La muralla”, ”Te recuerdo Amanda") y otras nuevas como "Es el colmo que no dejen entrar a la Chabela", escrita como protesta para el exilio ya terminado de Isabel Parra. En esa canción, especialmente, se jugó el Quilapayún, pues a armonías difíciles, que requieren de estudio y dedicación, une una letra que, independientemente de lo que uno piense sobre el caso general o el particular, está ha blando de una experiencia y de una vida. Tal vez ahí tenga que reconocerse este nuevo Quilapayún, uno que sus admiradores chilenos todavía no terminan de ubicar completamente. Esta gira debería servir para tal efecto.

Una buena presentación de Quilapayún, largamente aplaudida al final.

Iván Valenzuela U.