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Eduardo Carrasco: “Tengo que sacarle más punta a mi amor por la vida”
FuentePeriódico: LA ÉPOCA FechaDiciembre 1988 PaísChile


Edición transcrita/traducida

Complejo y controvertido. Tiene cara de niño y cabeza de sesudo intelectual. Emociones de artista sensible y razones de político al que no se le va una. Eso le ha valido grandes amistades e inmensos desencuentros.

Hace 23 años Eduardo Carrasco tenía barba, ideas revolucionaras y ganas de cambiar el mundo a punta de canciones. Junto a otras dos barbas, la de Julio su hermano, y la de Julio Numhauser, encontraron el nombre mapuche perfecto a sus afanes autóctonos y latinoamericanistas: Quilapayún, que significa simplemente eso, barbas". Los cofundadores siguieron nuevos rumbos y él continuó con el grupo musical junto a otros que se fueron sumando por el ca-mino.

Quila "p'aquí, p'acá, p'allá, p'ayún" sintetizó Roberto Matta, uno de sus "padres espirituales”, graficando el proceso vital del conjunto que en los años 60 y 70 dejó huella en la historia cultural chilena y fue marcado por esos tiempos del todo o nada, de "el mundo es nuestro y vamos a cambiarlo ahora”.

Pero vinieron los años del exilio, de la reflexión, de la autocrítica y los matices. Y Chile cambió y ellos cambiaron. Con dolores, alegrías y nuevas experiencias. Carrasco siguió siendo el líder intelectual del Quila en París y en sus giras por el mundo. Del discurso quizá ingenuo y absolutista de los primeros años, pasaron a uno más realista y maduro. El se encargó de
"traducir" públicamente los procesos vitales, creativos e ideológicos, que los llevaron de la revolución a secas, económica, política y social, a una con estrellas, es decir con cambio espiritual y cultural, con sueños e imaginación.

La revolución y las estrellas se llaman los nuevos hallazgos artístico-musicales y el libro donde Carrasco plasmó la vida del conjunto con lujo de detalles. Lo editó recientemente Ornitorrinco, con Carrasco ya instalado en Chile, dotado de trabajo estable, poco antes de traer a sus compañeros a su primera gira por Chile. Entretanto el sello Emi adelantó el proceso lanzando la cantata Los tres tiempos de América, compuesta por Luis Advis, y estrenada en 1988 en España con Paloma San Basilio como solista.

Carrasco dice que no es escritor, que es artista y filósofo. Pero sí que ha escrito. Además de decenas de letras de canciones y partituras, estudios sobre arte, cultura, política y filosofía, en Ceneca. Y versos, en Golpes de ventana, editado por Gustavo Mujica (el Grillo), otro exiliado parisino. El año pasado, Ceneca y Cesoc publicaron su Matta. Conversaciones, junto. a un análisis de Carrasco sobre la obra del pintor chileno.

De eso habló, entre frondosos árboles y alborotados pájaros, en el patio del inmenso caserón donde consiguió refugio inicial para su desexilio.

-Cuando nació el Quilapayún, en 1965, tú ya habías ingresado al mundo de la filosofía y de la literatura, no?

-Yo descubrí la filosofía cuando un día estaba en el patio del Liceo Lastarria, mirando jugar básquetbol a mis compañeros y, de repente, empecé a alejarme del mundo, como si hubiera tomado una nave interplanetaria. Y, en el extremo de mi viaje, por ahí por la nebulosa Andrómeda me vino una especie de mareo tan fuerte que me tuve que afirmar en un poste.

-¿No sería hambre?

-Sí, era un hambre que me enseñó lo que era la filosofía. Porque en ese distanciamiento, en ese asombro sé me vinieron a la cabeza todas las preguntas humanas: ¿Qué soy, dónde estoy? Eso me transformó en filósofo incluso antes de estudiar filosofía. Los estudios vinieron a corroborar esta experiencia, a profundizarla. Y las dos lecturas que me marcaron desde entonces en mi vida fueron Nietzsche y Heidegger. Los dos son como el punto extremo de esta experiencia de la que te hablo. De Nietzsche me interesó su reflexión crítica sobre la cultura occidental; de Heidegger su proposición de una filosofía pura o purificada, de la que se han extraído los elementos no filosóficos, como el mito, la religión, la ciencia... A la literatura entré de otra manera: mi padre tenía un libro en la casa al cual él le daba mucha importancia Nunca me dijo por qué pero el libro se cargó de algo especial. El libro era el Zaratrustra… Lo leí cuando era muy joven, como a los catorce años.

-Parece extraño que tú, siendo comunista en esa época, hables en tu libro con tanta admiración del cura Hernán Larraín de la U. Católica.

-Yo empecé estudiando Sicología en la U. Católica. Estuve tres años. Conocí ahí a dos personajes que me marcaron: el cura Larraín y un filósofo chileno que se llama Viterbo Osorio. Larraín me interesó porque era un intelectual brillante que vivía la religión de un modo muy particular, vivía el conflicto de la razón y la fe de manera profunda. Era para nosotros un maestro de vida. Vestía una sotana raída, tenía pelo negro, era pálido y de ojos penetrantes. Su erudición y profundidad intelectual eran admirables. Sus clases eran tan brillantes que terminaban con aplausos espontáneos de discípulos y de-tractores. Era mi profesor de Sicología General pero sus clases eran más complejas y globales. De alguna manera yo también vivía el conflicto de la Religión y la Filosofía. En cambio, Osorio era más filósofo y me la enseñó, no en la clase, sino en una relación discipular: a través del diálogo y la conversación, mientras yo lo acompañaba por las calles de Santiago

-También fuiste ayudante del actual rector de la "U", Juan de Dios Vial Larraín…

-Yo era muy buen alumno, como el primero de mi clase y fui ayudante de muchos profesores, de Juan Rivano, de Soler, de Humberto Giannini y también de Vial, en Metafísica. Teníamos una relación que iba más allá de lo puramente académico: era una buena relación, a pesar de que ambos sabíamos la distancia que había entre nosotros desde el punto de vista político. Había respeto mutuo y trabajamos amistosamente.

-Eran los milagros de la democracia... ¿Lo has vuelto a ver ahora, como rector?

Bueno, entonces, hablábamos mucho de política y teníamos un terreno común con los alumnos, que era la Filosofía. El fue muy leal conmigo, y cuando vino el golpe y comenzaron las persecuciones, como yo estaba en gira en Europa, con el Quilapayún, llamó a mi mujer para ofrecerle protección a ella y los niños. Felizmente eso no fue necesario, pero el gesto lo honra. Ahora lo fui a ver y lo noté más político, pero no lo noté cambiado. Restablecimos una relación que podría ser perfectamente amistosa, en un terreno común de diálogo sobre cuestiones fundamentales como la autonomía de la universidad, la defensa del principio de que la universidad no sea mediatizada por los partidos políticos.. En eso hubo acuerdo. Aunque no conozco los detalles de su gestión, no sé qué ha hecho ni de qué manera defiende las ideas que expone en la conversación.

-¿Cómo podías conciliar ese afán por la reflexión filosófica, de los 60, con esa especie de absolutismo político y mesianismo cultural que proponían. Porque tú escribes: "Queríamos cambiar el mundo rápidamente.(...) Eramos una especie de anarquismo y de idealismo desesperado, queríamos hacer explotar todo si el mundo no se ponía inmediatamente a funcionar al ritmo de nuestros sueños…”

-En esa época estábamos todos hiperpolitizados, vivíamos con la ilusión de que el mundo se podía cambiar de inmediato, con la acción política. Pensábamos que todo tenía que transformarse en medio de acción: la cultura la entendíamos como un instrumento. Era una idea equivocada y nuestros amores filosóficos y literarios contradecían plenamente esa idea. Pero las urgencias políticas eran tan grandes que esta incoherencia no nos molestaba mayor-mente. Vivíamos en la contradicción sin que ésta se expresara. Veíamos el arte al servicio de la revolución.

-¿El golpe militar les dio vuelta el esquema?

-El golpe que los militares nos dieron en la cabeza nos hizo invertir esta relación. Con el exilio comenzó un proceso de autocrítica y las contradicciones se hicieron presentes. Yo volví a mis amores: la filosofía, Nietzsche, el arte. La política pasó a ocupar su verdadero espacio. Pusimos a la cultura como fin y a la política como un medio. De ahí la idea de La revolución y las estrellas. El hecho de vivir en Francia es ya estar en otro balcón hacia el mundo, el hecho de cambiar de país te saca del ser paisano y te mete inmediatamente en una conciencia más universal. No porque Chile sea un país provinciano -que lo es-, sino por el hecho de enseñarte a ver el mundo, a valorar la vida, otro lenguaje, otro paisaje, otras posibles relaciones entre los seres humanos.

"El espacio de la universalidad siempre ha sido un mundo de emigrantes, de exiliados, de tipos que rompieron los marcos de su país, por ejemplo en Grecia, la filosofía fue cosa de emigrantes y exiliados, y otro ejemplo más fuerte es el Dios universal de los judíos, nacido durante el exilio de Israel. El exilio nos dio una especie de conciencia de seres humanos. Porque se destruye tu pertenencia y se reconstruye una más amplia"

-Pero además del golpe y del desarraigo, deben haberles in fluido personas e ideas nuevas.

-Allá influyó gente como Cortázar: éramos amigos, comíamos juntos, hablábamos del exilio, de la política, de Chile y Argentina, nos contábamos chistes. El habla de nosotros en su libro Un tal Lucas, nos define como cronopios, el más alto honor que él podía otorgar. También influyó bastante en nuestra creación. Otro fue el francés Daniel Mesguisch, en el aspecto teatral del conjunto: el ambiente francés, la cultura, el pensamiento, la música y la canción francesa también nos influyeron.

"En lo intelectual nos ayudó la discusión ideológica y teórica dentro del movimiento comunista europeo. La edición del Informe Krushov, los libros de Ellenstein, un historiador comunista francés que tuvo acceso por primera vez a los archivos soviéticos y escribió sobre el stalinismo, desenterrando todas las críticas que se venían diciendo. Ahí comenzaron unas discusiones sobre lo que se entendía por dictadura y democracia, sobre la dictadura del proletariado.

-Parece que lo más contundente fue la relación con Matta a quien tú describes como "un poeta en acto, un creador que no detenía su delirio en ningún momento, un profesional no de la pintura sino de la inspiración, una hoguera de la que saltaban chispas hacia todos lados…”.

-Al final de todas esas polémicas, en 1979, conocimos a Matta. El fue para mí un tipo con el cual yo volví a conversar de la misma forma como conversaba con mis amigos del colegio cuando tenía ocho años. Era como un diálogo de perfecta coincidencia en el que se producía un fenómeno eléctrico como cuando se unen dos cables y empiezan a saltar chispas. Antes de conocer a Matta yo estaba un poco avergonzado de ser loco, de vivir en el otro mundo, de andar como en las estrellas. Me daba la impresión de que los tipos que viven con los pies en la tierra tenían la razón y nosotros éramos una especie rara que teníamos que esconder nuestro desenchufe.

"La relación con Matta fue como la confirmación que hacen los niños católicos; yo me dejé de historias y asumí de manera radical mi chifladura. Fue un amor a primera vista; nos encontramos y no paramos más de hablar. Con él pude hablar de cosas que no habría podido hablar con nadie; cosas como el destino, los azares, los encuentros, de los cuales un ejemplo perfecto era ésa, nuestra propia amistad. Hablamos de lo invisible, del arte como un poder del destino, del tiempo, de la magia de lo oculto.

-De esos encuentros surgió tu anterior libro, Matta. Conversaciones.

-Claro. De repente nos juntábamos en su casa del Boulevard Saint Germain y de esas conversaciones yo salía con la sensación de que había tenido un encuentro preciosísimo y de que me habían pasado cosas importantísimas. Entonces me di cuenta de que podía ser importante guardar estas conversaciones y, por eso, me puse a grabarlas, sin pensar en un libro. Fueron como 50 conversaciones, durante varios años. Partíamos espontáneamente. Yo le comentaba una frase que había escuchado en un café, por ejemplo, y nos poníamos a conversar sobre los poderes del lenguaje. El estaba haciendo los grabados sobre El Quijote, entonces hablábamos de lo que dicen las palabras y lo que no está en ellas, lo que esconden, que a veces es más importante que lo que dicen, y de lo que decía el Quijote y de lo que decía Sancho… Pasábamos horas, sin parar. Matta me estimuló, me dio un espaldarazo, me armó caballero. Creo que en el pensamiento y en el arte las cosas se transmiten, igual que en el pasado. Esas relaciones de discípulo-maestro son las únicas que hacen posible que uno le pase la antorcha a otro. Para eso no existen ni métodos audiovisuales ni computadoras. Es como una enfermedad contagiosa.

-¿Y cuál es tu antorcha ahora, como chileno en Chile?

-Ser filósofo y ser artista. No te hablo de profesión, te hablo de mí mismo. Tengo que sacarle más punta a ese desmayo o semidesmayo del patio del Liceo Lastarria y sacarle más punta a mi imaginación y a mi amor por la vida.

-Has escrito un libro de poemas, dos libros de narrativa testimonial, varios ensayos sobre arte, cultura y democracia ¿y no te sientes escritor?

-Desconfío de la literatura en el sentido de que puede transformarse fácilmente en un juego retó-rico, puramente formalista; a mí me gusta la revelación, es decir sacar los sentidos de las cosas, de la realidad, del mundo. No me siento parte de la institucionalidad literaria, esas cosas son convencionales. Cuando te nombran como escritor te nombran por lo que haces, pero cuando te nombran como filósofo te nombran por lo que eres, lo que define tu alma, que es lo que im-porta. La decisión profunda que te hace escribir es una especie de amor a la vida, al mundo, una conciencia que tú tienes de ti mismo

-En el Quilapayún han trabajado con textos de Huidobro y Neruda. ¿Crees que tienen mucho de retórica?

-Neruda es un poeta fundacional, hasta su retórica se transforma. Lo importante en él es que haya intentado inventar Chile y que, en una buena medida, lo haya logrado. Nosotros mismos somos, en algún punto de nuestra evolución, parte de ese mundo nerudiano. La parte épica que hay en nuestra evolución, viene de ese mundo nerudiano. El está presente en todo nuestro recorrido, aunque hay una especie de cliché de Neruda, una trampa. Lo que nos acerca a Huidobro es la parte surrealista nuestra; la conciencia de los poderes propios del arte, la palabra, la música.

-¿Por eso tú citas a Matta cuando dice: El arte es el deseo de lo que no existe y, a la vez, la herramienta para realizar ese deseo”?

-Claro. Por eso musicalizamos el Canto Séptimo de Altazor. En esa obra, la lengua se aparta del sentido para que surjan nuevas palabras que inventen su propio sentido. Es un acercamiento del lenguaje a la forma de decir de la música, por eso, al final de esa obra canta un pajarito.

-¿Tú crees que el surrealismo o lo que ustedes llaman La revolución y las estrellas es válido para el Chile de hoy?

-Vemos el surrealismo como respuesta al problema entre el arte y la política. Pero hay que desconfiar de todos los ismos, por eso preferimos La revolución y las estrellas. Esto es válido porque Chile se está abriendo a un proceso democrático en el cual las respuestas no pueden venir solamente de la política.

"La oposición se ha propuesto derrotar a Pinochet, pero este fin es puramente exterior. Porque el problema de Chile es el hecho de que puedan seguir existiendo pinochets y la raíz de este problema es fundamentalmente cultural. Lo que ha ocurrido en Chile manifiesta las debilidades culturales de nuestro país, las fallas de nuestra identidad, en los valores que podrían constituir un consenso nacional. La voz de los artistas, los intelectuales, los hombres de la cultura, autónoma e independiente, tiene que reivindicar su lugar en la sociedad.

-En tu libro citas dos veces una frase de Nietzsche: “No arrojes al héroe de tu alma”. ¿Esa es tu lucha?

-En esta época de convicciones destrozadas podría caer uno fácilmente en el desencanto y el nihilismo y renunciar a la máxima meta de tu querer. En épocas así la gente empieza a contentarse con poco, con los mendrugos que da la vida, y yo creo que no hay por qué renunciar a quererlo todo. Nosotros los artistas estamos siempre en el borde de lo imposible, haciéndolo realidad. La autocrítica nos exige reformular nuestra utopía o renunciar completamente a ella. Tenemos que ser capaces de rescatar los valores que nos infundieron esperanza en el pasado, revalorados en esta época. Y el héroe es la máxima expresión de tu sueño, la máxima expresión de ti mismo.

Ana María Foxley