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Quilapayún en el Centre art et loisirs
FuentePeriódico: LES DÉPÊCHES Fecha4 Marzo 1988 PaísFrancia


Edición transcrita/traducida

El canto del mundo

¿Siempre lo mismo, el repertorio de Quilapayún? ¡Qué error!

Y no serán quienes llenaron la sala de espectáculos de la Fontaine-d’Ouche quienes me contradigan.

Ciertamente, el fondo es siempre el mismo: Chile, América Latina, tierra madre de estos músicos de genio. ¡Y ya con eso, qué riqueza! Salsa, danzas peruanas o melodías andinas, samba... todo con un colorido original que ellos condimentan a su manera, sazonada con humor y poesía.

Pero Quilapayún ha sabido ir más allá de lo local, del folclore fosilizado como una postal típica. Han sacado provecho de la cultura de su país de acogida, de los países por los que han pasado también, y han sabido recrear una música y unos textos originales, marcados por su sello personal, con una perfección técnica en la que no está ausente la vida.

Adiós al célebre poncho negro, reemplazado por pantalones oscuros y una camisa de satén… negra también, por supuesto. El espectáculo lo realizan seis personas… Y cada uno es capaz de cantar o pasar de un instrumento a otro con la misma facilidad, el mismo talento.

Adiós a aquella presentación muy pura, muy “intelectual”, que uno habría creído una etapa final: se ha transformado por completo, en paralelo al vestuario.

La puesta en escena está llena de vitalidad, muy humorística, ha sido trabajada con los consejos de Daniel Mesguich y, manteniendo su finura y calidad interpretativa, su rigor, ha ganado en flexibilidad, en movilidad, lo que mantiene al espectador siempre alerta y encantado...

“El Támesis nace en el lago Titicaca, la bahía de Valparaíso queda muy cerca de Leipzig”, dicen ellos, del mismo modo que decodifican las noticias periodísticas de una forma muy personal, provocando la risa por el absurdo... un verdadero deleite.

Su espectáculo es una apertura al mundo, más allá de todas las fronteras y de todas las políticas, una verdadera concreción de lo que podría ser el mundo si la paz y la libertad reinasen por fin: la felicidad perfecta.

Hélêne Fernel