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Quilapayún
FuenteRevista: PAROLES ET MUSIQUE FechaDiciembre 1986 PaísFrancia


Edición transcrita/traducida

Los Quilapayún encontraron refugio en Francia hace ya más de trece años… Sus voces se nos han vuelto familiares. Recorriendo incansablemente Francia y el mundo, cantan a ese Chile herido que se niega a abdicar; celebran la esperanza. Para prevenir la amnesia, están alerta: son testigos, son memoria. Graves, irónicas o alegres, tejen la crónica de las dichas y desgracias de todo un pueblo. Enraizadas, se despliegan también a escala continental y alcanzan lo universal. Con la complicidad de algunos otros, mantienen viva la llama de esa “canción de pie” de la que hablaba tiempo atrás su compatriota Héctor Pavez.

Los Quilapayún están de gira por Francia hasta el 21 de diciembre. Pero habrá que esperar hasta fines del 87 para oírlos en la región parisina: en el Théâtre Gérard Philipe, en Saint-Denis, en una obra titulada Los incomprendidos (Cristóbal Colón, Van Gogh, Galileo, Mozart), puesta en escena por Daniel Mesguich. A lo largo de estos años pasados en Francia, los Quilapayún han seguido profundizando en su arte. Pero ¿cómo han evolucionado? ¿Cómo viven su exilio? Antiguo profesor de filosofía en la Universidad de Santiago y director artístico del grupo, Eduardo Carrasco conversa con PM.

PAROLES ET MUSIQUE — ¿Han evolucionado sus concepciones artísticas y musicales durante estos trece años?

Eduardo CARRASCO — En Francia hemos desarrollado, en condiciones muy diferentes a las que prevalecían en Chile, esas líneas que nos trazamos desde los comienzos del grupo y que han sido las ideas matrices de toda nuestra historia. Así, la música clásica ha marcado profundamente nuestra música. Aquí hemos trabajado con tres músicos que han influido en el grupo: Sergio Ortega, ante todo, compositor de los himnos de la Unidad Popular, quien también ha trabajado mucho en el campo de la música clásica. En Chile compuso para nosotros dos cantatas. Aquí, recientemente escribió para nosotros la música de Sed de mundo, una especie de ópera de música popular. La cantaremos en España en el marco de las celebraciones del 500º aniversario del descubrimiento de América, que se extenderán hasta 1992.

Además, trabajamos también con Gustavo Becerra, uno de los mejores músicos chilenos de nuestro tiempo. Compositor de música contemporánea, vive en Alemania. Para nosotros escribió dos obras, una de las cuales, Américas, compuesta con medios muy elaborados —politonalidades, etc.— figura en uno de nuestros discos. Por último, otro compositor chileno muy importante, que vive en Estados Unidos, Juan Orrego Salas, también escribió para el grupo ese Canto para Bolívar que está grabado en otro disco.

Todo este trabajo nos dio un mayor conocimiento de armonías sofisticadas, cercanas a la música actual. La música, en efecto, no puede limitarse a la música popular. Siempre hemos tratado de romper barreras y de crear una música ampliamente abierta que va desde la música que podría calificarse como “comercial” hasta esa música moderna cercana a la llamada música “seria”, pasando por el folclor y la “nueva canción”. Esa nueva creación de la canción que en nuestro país comienza con Violeta Parra. Toda esa paleta se descubre al escuchar nuestros discos. Un camino como este, naturalmente, implica una evolución: no se puede volver a la música popular como si nada después de haber recurrido a la politonalidad, a esas armonías complejas, a los contrapuntos, etc.

Influencias, confluencias

Debo también recordar que hace unos cinco años, Patricio Wang se integró al grupo: venía de la minimal music, es decir, de un sector más moderno, pero más bien norteamericano, de la creación. Él también nos insufló sangre nueva: en Tralalí tralala, nuestro último álbum, dos de las tres composiciones que él firmó han marcado todo lo que estamos haciendo actualmente: Es el colmo que no dejen entrar a la Chabela y Oficio de tinieblas por Galileo Galilei, una breve cantata rica en ritmos quebrados que se apartan de la rítmica puramente folclórica para acercarse a una música más desarrollada.

Siempre hemos sido un grupo de investigación: nunca hemos permanecido encerrados en un solo género musical. La versatilidad es la marca de nuestro estilo: el grupo es versátil por definición. ¡Imposible catalogar a los Quilapayún! ¿Grupo folclórico? La mayoría de nuestro repertorio no pertenece al folclor. ¿Grupo de música popular? Hemos interpretado muchas cosas, como las cantatas, que se diferencian de ella. Hemos seguido buscando constantemente nuevos lenguajes. Y esa es además una libertad de la que, como chilenos, disponemos: no sé si es una debilidad o una riqueza, pero la música chilena no se ha “delimitado”, a diferencia de la música cubana o brasileña. Cuando, por ejemplo, Chico Buarque compone, lo hace a partir de un ritmo dado —samba, bossa nova u otro— que constituye una forma preexistente y fijada como un género completo de la música popular. Para nosotros, cada nueva composición es una creación de forma original. Primero se crea la forma, luego la melodía. Esas formas que inventamos no tienen nada que ver con ninguna otra forma de música popular existente. Así, una canción como Pido castigo no tiene precedentes. Lo mismo vale para obras de otros compositores que cantamos: Plegaria a un labrador de Víctor Jara, Chabela y muchas otras…

— En realidad, entonces, simplemente han proseguido aquí un camino que ya habían comenzado en Chile.

— ¡Esa es la evolución! De lo contrario, habría que hablar de ruptura. Hoy disponemos de una riqueza de posibilidades de la que antes carecíamos. En la época en que interpretábamos canciones como La muralla, que fueron muy conocidas en Francia hace unos diez años, nuestros medios rítmicos e instrumentales eran relativamente mínimos en comparación con los que tenemos ahora.

— Y sin embargo, en Santiago habían recibido una formación seria. ¿Qué han adquirido aquí?

— Hemos hecho el recorrido. No basta con estudiar en el Conservatorio; hay que empezar a vivir lo aprendido, desarrollarlo y acceder a una mayor complejidad. Así, a diferencia de canciones como La muralla, músicas como Chabela, Un canto para Bolívar o Américas, compuestas unos diez años más tarde, no son de esas que uno puede tocar a la guitarra después de haberlas escuchado tres o cuatro veces.

— ¿Quiénes son, dentro del grupo, los compositores?

— No todos son compositores. Además de Patricio Wang y yo, están Hugo Lagos, Rodolfo Parada y Guillermo García. Cada uno de estos compositores vive una angustia terrible: la de repetirse. Jamás hemos querido crear una nueva obra que se parezca a alguno de nuestros grandes éxitos, como la cantata Santa María de Iquique o La plegaria a un labrador.

— ¿Y estos compositores son también autores de los textos?

— Yo lo soy más que los otros… También tomamos muchos textos de la gran tradición de la poesía en lengua española: desde García Lorca hasta Neruda. El compositor intenta siempre componer a partir de un texto y, como no estamos sujetos a ese corsé de una forma musical preexistente, luego busca la forma que corresponde a ese texto. Después vienen el montaje de la canción, el arreglo, etc., que afinan aún más la obra. Generalmente es un trabajo individual: por ejemplo, Patricio Wang hace una canción y yo escribo el arreglo, o viceversa. Aunque no sea el método habitual, a veces ocurre que es un trabajo colectivo. Pero normalmente, el grupo interviene colectivamente solo cuando la obra ya está terminada, para ensayarla. En ese momento puede haber algunas modificaciones, ajustes…

— Concretamente, ¿cómo trabajan ustedes?

— Con partituras: todos leemos música. Como no nos gusta leer las partituras en escena, nuestro primer objetivo es la memorización. Para eso, hay que repetir muchas veces lo mismo, luego afinar, ver la dinámica, etc.
Durante las giras es imposible, pero cuando estamos en París, nos reservamos algunos días libres —viajamos mucho y debemos pensar en nuestras familias— y luego ensayamos todas las mañanas de nueve a una. Es como en una oficina, un trabajo muy estricto que yo dirijo.

El “golpe de ventana”

– ¿Las giras?

– Además de una evolución musical, también vivimos una evolución en nuestras ideas. Tuvimos la experiencia chilena y luego conocimos el mundo. Chile es un país cerrado en sí mismo y alejado de todo: una verdadera isla. Al este, la Cordillera nos separa del resto de América Latina. Al oeste está el mar, y al norte, el desierto... El exilio nos permitió descubrir muchos países, conocer otras personas y tomar conciencia de las limitaciones de nuestra propia historia. Hemos tocado en cuarenta países, en todos los continentes. Incluso, no recuerdo en qué año, ¡en el espacio de un mes cantamos en los cinco continentes! Así fue como descubrimos el mundo…

También conocimos la canción francesa, que nos influyó mucho, sobre todo en lo que respecta al texto. Antes no le dábamos mucha importancia. A veces hacíamos cosas buenas, pero no era una preocupación profunda. Descubrir a los grandes de la chanson française nos abrió los ojos sobre la necesidad de cantar letras verdaderamente poéticas. Entonces cambiamos y comenzamos a escribir nosotros mismos las letras. Poco a poco, su contenido se fue ampliando. A partir del espectáculo en Bobino, con esa consigna: «darle al otoño un golpe de ventana para que el verano llegue hasta diciembre», realizamos un vuelco total en nuestra concepción de la relación entre política y arte. Antes, la consigna era política: «el pueblo unido jamás será vencido». En Bobino, era poética.

En Chile vivíamos inmersos en las circunstancias políticas concretas. En una situación neurótica. Era imposible dejar que nuestro país cayera en manos de los militares: había que responder. Así pasamos tres años llevando a cabo una verdadera campaña para prevenir el golpe de Estado. En vano...

Con la nueva situación que se creó, las cosas cambiaron —no fue una ruptura individual, sino la Historia la que se quebró— y profundizamos nuestra concepción del arte. Somos, ante todo, artistas, y si hay política, debe expresarse a través del arte —es decir, para nosotros, la poesía y la canción. Ante una nueva situación, una nueva respuesta: pusimos el acento en la poesía. En realidad, también en Chile nuestra lucha era en favor de la poesía: sin darnos cuenta, buscábamos una utopía real. Éramos militantes, sí, pero de esos militantes artistas, sin ambiciones políticas, que consagraban su vida a la conquista de esa utopía real. Soñábamos con otro mundo que, pensábamos, estaba cerca: si Allende se mantenía algunos años, estaría ganado, y podríamos vivir en libertad y democracia. Era ingenuo, pero ¿acaso no era ese el sueño de toda esa generación de los años sesenta?

La revolución y las estrellas

En Bobino, entonces, comenzamos a hablar de «la revolución y las estrellas»: seguíamos soñando con la revolución, pero la nuestra estaba salpicada de estrellas. Una verdadera revolución que no fuera únicamente materialista: además de cambiar las condiciones materiales que sufre el pueblo chileno —lo que es indispensable—, también hacía falta ofrecer un nuevo sueño. Y son los artistas quienes forjan esos sueños nuevos. Eso sigue siendo lo que más nos importa hoy.

En esta perspectiva, el encuentro con Matta —el pintor surrealista chileno— y con el surrealismo, fue de una importancia capital. Si hubiéramos conocido a Matta en Chile, en plena época militante, ¡lo habríamos tomado por loco! Afortunadamente lo conocimos aquí, después de haber vivido esos excesos de nuestra Historia. Descubrimos en su pintura y en su pensamiento una respuesta a nuestros problemas, y marcaron nuestra nueva evolución.

Pasaporte "blue-jean”

— Ya llevan más de trece años en Francia. ¿Cómo viven este exilio?

— Se puede decir, en general, que el exilio es una forma de vivir el apego a su país. De lo contrario, no es exilio, sino asimilación al país de acogida, en este caso, Francia. Por otro lado, es evidente que nuestra música está ligada a Chile y que todo lo que hacemos está relacionado con él y destinado a él. Pero, a nivel personal… bueno, algunos, dentro del grupo, están más apegados que otros al pasado, al país y a la tierra. La vida de unos estuvo más marcada que la de otros por una época. Sin embargo, creo que cuatro de nosotros se casaron con francesas, y nacieron hijos aquí: Francia entró en la casa. En algunos hogares, el francés se volvió la lengua de la familia. Eso cambia muchas cosas. No es que nos hayamos vuelto franceses, pero empezamos a echar raíces en este país, eso es seguro. El tiempo no tiene marcha atrás: a los trece años vividos en Francia no se les puede sustituir, como por arte de magia, por trece años vividos en Chile.

Cuando uno viaja, lleva su país consigo. El exilio es distinto: es realmente salir de un país para penetrar en la vida de otro. Es un trasplante. Descubrir así un país es, a la vez, una aventura, una historia de amor y un desgarro. También es descubrir que existe otra forma de mirar el mundo. Pero cada uno de nosotros no vive esta realidad de la misma manera.

— ¿Algunos de ustedes no han renunciado a la nacionalidad chilena en favor de la francesa?

— Después del golpe de Estado, la junta nos inscribió en la lista de personalidades chilenas despojadas de su nacionalidad. Luego obtuvimos el estatus de refugiados. Más tarde, tras algunos años, teníamos derecho a solicitar el pasaporte chileno: lo pedimos, pero hubo dificultades. Finalmente, usábamos solamente el pasaporte de las Naciones Unidas; nuestro estatus legal era el de apátridas. Pero ese pasaporte, que apodamos “blue-jean” por su color, era muy antipático: al viajar, los trámites eran muy complicados para su portador, ¡y nosotros viajamos mucho! Para poner fin a estas complicaciones, cuatro o cinco de nosotros adquirieron la nacionalidad francesa, y creo incluso que todos la han solicitado.

Durante una gira por América Latina en la pasada primavera, los Quilapayún, que viajaban en avión de Argentina a Ecuador, hicieron una breve escala —¡de cuarenta y cinco minutos!— en... ¡Santiago de Chile! Fue en el mes de abril...

“No le dijimos a nadie” —cuenta Eduardo Carrasco— “para evitar que los militares nos impidieran bajar del avión. Así que descendimos en ese aeropuerto de Santiago. Fue un momento muy emocionante volver así, trece años después, por primera vez, a tocar nuevamente nuestra tierra, a ver otra vez esos paisajes... Era un día como cualquier otro y se veían personas afuera, caminando por la calle, camionetas y autos cruzando la carretera... A lo lejos, estaba la ciudad... ¡Llevábamos trece años soñando con eso!

“Desde el aeropuerto, llamamos a unos amigos que no podían creer lo que oían... El tiempo pasó muy rápido.”

“Un fotógrafo de prensa, que trabajaba en el aeropuerto, nos reconoció por pura casualidad: a su pedido, aceptamos que nos tomara una foto. ¡Esta imagen fue publicada al día siguiente por todos los periódicos chilenos, con comentarios bastante favorables, por decir lo menos!”

J.E.