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Exiliados eclécticos de Chile
FuentePeriódico: SAN FRANCISCO EXAMINER Fecha8 Mayo 1986 PaísEEUU


Edición transcrita/traducida

En el Zellerbach mañana, el grupo chileno Quilapayún tocará folk, pop y a algo de Bach

En 1973, cuando una junta militar derrocó al presidente chileno Salvador Allende en un sangriento golpe de Estado, el grupo musical chileno Quilapayún se encontraba fuera del país, de gira. Hoy, 13 años después, el grupo sigue en gira, recorriendo un camino que lo llevará mañana por la noche al Zellerbach Hall de UC Berkeley, en la primera parada de una gira por Estados Unidos.

El proteico conjunto, compuesto por ocho músicos en escena y su director musical fuera del escenario, Eduardo Carrasco, fue prohibido de regresar a Chile debido a su prolongada asociación con el gobierno de la Unidad Popular de Allende.

Mientras Quilapayún se instalaba en París —donde aún viven los miembros del grupo—, los discos del conjunto fueron prohibidos en Chile por el gobierno del General Augusto Pinochet. Incluso la interpretación de instrumentos tradicionales, populares en el movimiento Nueva Canción (del cual Quilapayún fue pionero), fue prohibida por un tiempo tras el golpe.

Quilapayún sigue asociado con el espíritu de resistencia al régimen de Pinochet, pero Carrasco dice que el grupo ha cambiado durante sus largos años en el exilio.

“Estamos lejos de ese estado militante”, dice Carrasco. “No hay panfletos políticos en nuestros conciertos. Todo es música y poesía. Si hay declaraciones políticas, están dentro de la música o la poesía. “También somos más ‘locos’, más humorísticos, más entretenidos”.

Carrasco ayudó a fundar el grupo en 1965, explicó a través de un intérprete, “para crear una música nacional, indígena”, que reflejara tanto el tumulto social de los años 60 como las raíces folclóricas de Chile. Desde entonces, Quilapayún ha absorbido influencias internacionales, un desarrollo adecuado para un grupo que ha actuado en 30 países y grabado dos docenas de álbumes.

El grupo ha alcanzado estatura internacional junto a sus influencias globales, atrayendo críticas elogiosas y tocando en lugares prestigiosos como el Royal Albert Hall de Londres, el Olympia de París, el Carnegie Hall y el Kennedy Center en Estados Unidos.

Sobre el escenario y en sus discos, Quilapayún es lo que Carrasco sonriente llama “muy ecléctico”. El grupo cambia con facilidad desde piezas clásicas hasta canciones folclóricas sudamericanas, temas pop, y desde los aires andinos hasta los tambores de percusión inspirados en la salsa caribeña. El disco del grupo de 1984, “Tralalí Tralalá”, incluye música de Bach y una melodía humorística compuesta por Carrasco llamada “Tutti Frutti”.

En sus presentaciones, los músicos se mueven por el escenario, toman un instrumento, lo tocan, lo dejan, toman otro. Tocan guitarras eléctricas, bajos, flautas, instrumentos caribeños, instrumentos de viento madera tradicionales y cuerdas como el cuatro venezolano.

Los arreglos vocales del grupo son complejos, incorporando solos y armonías expresivas, en español e introducidas en inglés. Los oyentes que no hablan español inevitablemente se pierden algunos de los significados líricos, que incluyen trabajo del poeta chileno Pablo Neruda y de Carrasco mismo, pero la pasión y el dramatismo del trabajo es evidente incluso sin traducción.

El ideal artístico de Quilapayún, dice Carrasco, es un mestizaje cultural y musical. “Buscamos una síntesis, no una repetición”, dice. “En la música latinoamericana, dice. “Cuando tocamos instrumentos tradicionales, no lo hacemos como se tocan en la música folclórica. Tocamos salsa en flautas”.

Además de forjar una síntesis artística nueva y ambiciosa, Carrasco continúa, Quilapayún espera introducir la música latinoamericana a los oyentes norteamericanos. “En Francia, la música sudamericana es mucho más conocida. Algunas canciones están en los rankings. Pero más allá de la salsa y algunos temas mexicanos, la música latinoamericana es desconocida en Estados Unidos”.

El enfoque distintivo de Quilapayún hacia la música latina produce una experiencia escénica viva y rica que a menudo confunde a los oyentes que esperan solo lamentos o consignas políticas.

Eso no significa que Quilapayún haya abandonado el contenido político. El grupo aún toca canciones como “La Muralla”, asociada con los años de Allende, y su apariencia —los ocho músicos vestidos con ponchos negros— es dramática, rozando lo austero.

Pero las presentaciones de Quilapayún, tomadas en su conjunto, están lejos de ser sombrías, una sorpresa que Carrasco atribuye a la experiencia del grupo:
“Hay muchos malentendidos sobre el exilio”, observa. “Estamos en comunicación constante con nuestro país. Dejar el hogar es como una relación amorosa que salió mal. Hay una separación, pero no un divorcio”.

Aunque Carrasco minimiza el dolor del exilio, está claro por su conversación que el grupo recibiría con gusto una reconciliación con su país natal:
“Tocamos tres veces en Argentina, cerca de la frontera con Chile”, recuerda, “Vinieron muchos chilenos, fue una experiencia muy emotiva y muy personal”.

Después de los conciertos en Argentina, el avión comercial de Quilapayún aterrizó brevemente en el aeropuerto internacional de Santiago. Fue la primera vez que los músicos habían tocado suelo chileno en 13 años.

“Estuvimos en la terminal aérea por media hora”, dice Carrasco sonriendo. “Hicimos muchas llamadas telefónicas”. El grupo salió de Chile sanos y salvos.

Después del concierto en Berkeley, Quilapayún visitará otras siete ciudades de Estados Unidos, incluyendo Los Angeles, Chicago y Nueva York.

La gira es promovida por La Peña, un centro cultural fundado en Berkeley 11 años atrás por exiliados chilenos. La información sobre entradas está disponible a través de La Peña (teléfono 849-2568) y en la boletería de Cal Performances (642-9988).

David Armstrong