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El caleidoscopio de la esperanza
FuentePeriódico: CLARÍN Fecha18 Abril 1986 PaísArgentina


Edición transcrita/traducida

QUILAPAYÚN ESTÁ DE GIRA POR LA ARGENTINA

Bajo la evolucionada óptica del director Eduardo Carrasco el grupo chileno Quilapayún, de gira por la Argentina en un paso de su tourné latinoamericana, ha logrado montar un espectáculo de original encanto, que puede terminar con algunos de los "himnos" combatientes que el público reclama, pero que en su esencia está destinado a exhibir una creatividad que no debe ni quiere morir en la denuncia y el panfleto.

"La nostalgia es buena, pero la esperanza es mejor”, escribió cierta vez el uruguayo Eduardo Galeano. Jullo Cortazar recogió esa definición para un texto que alguna vez leyó en México y que acaba de publicar en Buenos Aires, al reaparecer con un histórico número 41, la revista Crisis.

Este abanico de nombres de la izquierda latinoamericana tiene en común con Quilapayún una historia de exilio y persecución, por lo que bien podría aplicarse la frase de Galeano al espectáculo que el grupo chileno mostró ya aquí, en el teatro Coliseo, y está paseando ahora por el interior del país.

La esperanza es un caleidoscopio de múltiples figuras y colores: contiene el humor, la alegría, la ironía, la reflexión, la ternura, la ambición. Quilapayún acude a ella al desformalizar su presencia escénica -aún regida por los ponchos negros- y romper con la estática solemnidad que distinguió desde hace lustros a los grupos musicales "progres".

En el ámbito que permite la esperanza, la locura se reordena, la asunción del dolor ya no es anárquica, y así en el espectáculo que los Quila ofrecen hoy no necesitan andar con redundancias porque descuentan que el público (que por su parte a veces sí parece caer en el pecado de inmovilizar el pasado) maneja con fluidez el código de la estética del grupo.

La nostalgia dice su presente de situación -por eso al principio hay una baguala y un texto del destierro- pero luego es el redescubrimiento de la alegría lo que va campeando, de la mano del entusiasmo y de los colores de los ritmos negros y caribeños.

Quilapayún entiende cabalmente que aferrarse a las cosas detenidas es ausentarse un poco de la vida y por eso sabe que, a esta altura, puede escapar de lo redundante: está absolutamente claro cómo desde la militancia ya ha sido capaz de juzgar a la demencia asesina, de enumerar sin diplomacias cuanta muerte se ha sembrado para apagar un fuego inapagable.

En el tránsito hacia esa liberación de lo que dificulta evolucionar la reformulación ha sido tan completa que por momentos Quilapayún --no lo podría creer quien no los viera-- hace de Les Luthiers y plantea sketches notables, de los que se destacan "la lectura de los diarios" y "la conjugación de verbos irregulares" hallazgos evolutivos que nivelan las "zonas negras" previsibles, cuando dentro del contexto de esperanza, vale la pena puntualizar qué es el horror, qué aristas lo conforman.

En la esperanza está también la poesía (*el amor es un orgasmo entre dos lágrimas”) y el homenaje permanente a eso que sería la chilenidad (un roto-Neruda-Violeta-un choro-la noche-el mar-Huidobro-la muerte-el vino-etc-etc.) que aún desmantelada no habrá Pinochet que pueda destruir, aunque mate cuerpos y silencie voces.

La poesía más el humor ("hay que tomar la lucha de clases como un deporte”, ”exigimos para los poetas hospitales de colores", "hay que encerrar a Pinochet en la Capilla Sixtina hasta que pida perdón") confluyen en el desarrollo con los juegos de ingenio previsibles: "en general, la generación de los generales degenerados no se regenera más".

Pedirle a Quilapayún que todas las voces sean buenas o que cuide los arreglos vocales tan puntillosamente como alguno de los instrumentales parece sí, a la luz de que tiene 20 años de vida, como esperar damascos del duraznero. Lo que hace reverberar en el tiempo aquella maléfica salida de don Atahualpa Yupanqui - que no se hizo famoso por sus virtudes vocales, precisamente al definirlo como un grupo que "canta como un camión de peronistas"

Quilapayún ha sintetizado hoy todos los espantos que conserva la memoria colectiva chilena para ponerlos en un lugar donde no impiden crecer, aunque duela su recuerdo. En su apuesta a la esperanza -que es el futuro inevitable- demuestran, en cambio, la vocación de esa planta que puede estallar en flor aun ahí donde el agua es mezquina, la tierra se ha hecho árida y la tormenta de los días amenaza lo que vive.

Carlos Polimeni