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Quilapayún: El negro le sienta bien a la esperanza
FuentePeriódico: LE PARISIEN Fecha19 Junio 1984 PaísFrancia


Edición transcrita/traducida

Olympia

Negro, gris. Ponchos, bigotes, barbas, cabellos y pantalones negros. Grises, las luces cuidadosamente diseñadas que aportan una austeridad luminosa, una presencia hierática y muy refinada a estos músicos-cantantes, en una atmósfera casi de encantamiento. Al pedirle a Daniel Mesguich que diseñara la puesta en escena, Quilapayún supo encontrar un estilo alejado de los folclores coloridos o de las músicas exóticas que rápidamente se asocian a baratijas para turistas. Tienen como autores a los más grandes poetas sudamericanos (Pablo Neruda, Eduardo Carrasco, Nicolás Guillén) y, aunque sus propias composiciones se inspiran en los distintos ritmos de América Latina, han sabido crear una música de encrucijada, una música “melting pot”, fusión de influencias españolas, europeas, africanas e indígenas. Así, entre músicas populares y composiciones más elaboradas, el grupo ha logrado imponer un nuevo género, encontrar una expresión nueva, muy personal, a medio camino entre la poesía y la canción de calidad.

Su espectáculo es hermoso. Recuerda a un cuadro de El Greco, salvo por el humor y la ironía que estallan en cada momento. En particular, entre la gravedad de la “Canción del llamado” y la riqueza de la “Canto negro”, interpretaron con sus flautas andinas y guitarras un maravilloso pastiche-popurrí de un rondó de Bach y un éxito de los Beatles.

Exiliado desde 1973, el grupo se había formado en 1965 en Chile bajo la tutela del poeta Víctor Jara. Ganó todos los premios, su fama cruzó fronteras y, ya en 1967, realizaba giras por todo el mundo.

Con la esperanza clavada en el corazón y la alegría vibrando en las cuerdas de sus guitarras, Quilapayún canta más que un testimonio: lanza un mensaje de esperanza.

Agnès Dalbard