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De embajadores a desterrados
FuenteRevista: HOY Fecha11 Julio 1984 PaísChile


Edición transcrita/traducida

En el famoso Olimpia de París, los Quilapayún montan un espectáculo criollo-surrealista con textos de Neruda, Huidobro, Guillén.

Casi once años después de su primera actuación (15 de setiembre de 1973) en el famoso teatro Olimpia de París, el conjunto chileno, Quilapayún vuelve al legendario tablado en esta primavera europea; ahora "a caballo" de un espectáculo con elementos teatrales bastante surrealistas, en que los Quilas, además de cantar, trabajan como actores.

En las canciones se intercalan textos de Neruda, de ellos mismos, de Nicanor Parra. El conjunto lleva el título de su último disco: Tralali-Tralalá, tomado de Altazor, la obra mayor de Vicente Huidobro, el poeta chileno-parisiense.

Para Quilapayún, Huidobro "trata de transformar la palabra significante en el canto esencial. Extrae de la palabra todo lo que es sentido concreto y deja un puro canto: tralali-tralalá, como el de los pájaros. Es, un poco, lo que quiere hacer la poesía, la poesía que más se acerca a la canción... En el fondo, lo que el músico quiere es cantar como los pájaros”.

-También está la otra línea, la que explica muchas cosas, que viene a partir de nuestro encuentro con Roberto Matta (el pintor, también chileno-parisiense), que ha sido completamente decisivo en nuestra carrera afirma Eduardo Carrasco, director del conjunto.

Matta, agrega, "es un artista con una profunda conciencia de lo que deben ser el arte y el artista, y nosotros, que veníamos de un Chile en que nos marcó toda esa época turbulenta de los años 60, nos encontramos en él con un pensamiento que a partir del arte llegó a la realidad y, si se quiere, al compromiso... Ser artista es una manera de asumir la vida y es, también, ser portavoz de la fantasía, del sueño, de todos los elementos que aparecen como irreales a la mirada excesivamente materialista del hombre actual, pero que son en el fondo la parte más profunda de la vida"

”Combativo" pero "distinto”

Dos días antes del término de su temporada en el Olimpia, que tuvo excelentes críticas en la prensa francesa, apareció una declaración pública del Sindicato Francés de Artistas e Intérpretes (SFA), en la que se condenaba al conjunto chileno por no haber adherido a un llamado a huelga el martes 13 de junio.

Eduardo Carrasco dejó en claro que ellos no están adheridos a este sindicato, "el cual agrupa a una mínima parte de los artistas franceses y, por lo tanto, carece de auténtica representatividad". Agregó a HOY, además, que no fueron ni informados ni consultados sobre la huelga. "Nosotros somos solidarios con todas las luchas de los trabajadores franceses, y en especial de los trabajadores de nuestra profesión, pero no vemos por qué se nos exige a nosotros lo que no asume la mayoría”.

Sobre las críticas referidas a que han olvidado su militancia, Carrasco aclaró: *El Quilapayún es un grupo artístico, y la militancia es un asunto personal de sus integrantes, lo que no quiere decir que no tengamos en el escenario un alto grado de compromiso con las luchas de nuestro pueblo”.

Mientras tanto la prensa los alababa: Le Figaro hablaba de su espectáculo como "un rito lleno de belleza y rigor"; Le Monde, por su parte, señalaba que el Quilapayún *ha basado lo esencial de su trabajo en la expresión de una música donde la riqueza de las adaptaciones concuerda perfectamente con las armonías”.

Ha habido un cambio en los Quilas. En noviembre de 1983, cuando estuvieron en Argentina, alguna prensa destacó, al margen del éxito musical, un "olvido" de lo que fue y aún representa su ex director, Victor Jara. En los ambientes bonaerense y mendocino quedó flotando esa sensación, a pesar de que aplaudieron a rabiar a este conjunto que en 1973 salió de Chile como "embajada cultural" del gobierno de Allende y ahora volvía desde Europa (¿europeizado?) con diez años de exilio a cuestas.

Para Quilapayún, el fenómeno es una toma de conciencia de lo que es ser artistas, creadores: “Matta nos enseñó a tener esa conciencia”.

HOY hizo una breve encuesta entre el público del Olimpia que casi unánimemente sigue sintiendo que Quilapayún es Chile, o América Latina: "combativo”, pero "distinto”. Los chilenos o latinoamericanos que concurrieron hablaban de "'evolucionado”, “más elaborado”, ”empeñado en una búsqueda”, o bien, alejados de lo que fueron.

Los Quilas tenían 30 años promedio cuando salieron de Chile como “embajadores"; a los pocos días se convirtieron en desterrados. En enero de este año, la Corte de Apelaciones de Santiago desestimó un recurso de los ahora cuarentones, que pedían se anulara la prohibición de ingreso dictada contra ellos por el Ministerio del Interior. Apelaron a la Suprema.

El fallo afectará a unas 30 personas: los ocho Quilas más sus familias. Entre menores y adultos, seis esposas chilenas, tres francesas y doce hijos, de los cuales diez han nacido inevitablemente en el extranjero.

Con un país de repuesto

Al trabajo de solidaridad -que desde el principio recibió acogida generosa en la opinión pública-, los miembros del conjunto debieron sumar la preocupación por el puchero. Su presentación en el Olimpia, el 15 de setiembre de 1973, estaba programada desde antes del golpe militar, en otras circunstancias.

Desde entonces, han dado más de cien recitales por año a través de 32 países, excluido el propio. Tienen, además, 26 discos grabados, once en Chile y quince fuera de él.

El exilio les ha regalado lo que llaman la "transandina", porque "nosotros somos transandinos para los argentinos y uruguayos, y para nosotros ellos son transan-dinos". Así, "cuando nos alejamos de Chile nos damos cuenta de lo que es ser chileno, pero descubrimos al mismo tiempo que uno es también otras cosas. Latinoamericano, por ejemplo. Y mientras más nos alejamos, al Japón, por nombrar una lejanía, pasamos a ser casi occidentales y muy latinoamericanos, y Latinoamérica aparece no va como un continente sino como nuestro terruño, como un pais, que incluye al pueblo del exilio. Y así nació Translandia”.

Durante dos horas, el Olimpia se llenó con 21 canciones, entre ellas la Cantata de Galileo, que evoca al "mártir de todos los fanatismos"'; La muralla y el canto negro, con letra de Guillén; Rondeau de Bach, arreglo de Quilapayún; dos sonetos de amor de Neruda; Es el colmo que no dejen entrar a la Chabela, sobre el exilio; Que alegres son las obreras...

El espectáculo terminó con un discurso, entre leído e improvisado, que dijo Roberto Matta sobre los derechos humanos durante un encuentro en Europa. Su tono surrealista va derivando hasta la locura, en la versión de Quilapayún.

Los movimientos de cada Quila, sus gestos, todo lo que ocurre entre canción y canción -en un escenario que a ratos invade un humo artificial y que tiene un fondo de cielo muy celeste y nubes, inspirado en la pintura de Magritte - está perfectamente planificado; incluso el juego de luces. Dirige este montaje el francés Daniel Mesguich actor en la película La belle captive, de Alain Robbe-Grillet, y director escénico de las óperas El gran macabro y El amor por las tres naranjas, de Prokofieff.

Varios pactos con el diablo

Los textos intercalados, con buena dosis de surrealismo en chunga, surgen de noticias leídas en diarios que los Quilas exhiben al público, antes de retirarse des-moralizados: Un ejército entra y otro sa-le"; "Los rusos siguen lanzando toda clase de objetos a la luna'; "La generación de generales degenerados no se regenerará más"; "La Derecha gana las elecciones”; “La Izquierda gana las elecciones"; "La mitad del espíritu es materia: sobre la otra mitad se sigue investigando". O echan mano a un Libro de la sabiduría, de donde sacan cosas como: "Que cada uno elija a su presidente"; "Enterrar a Stalin cada día"'; "No hay que hacer un pacto con el diablo, hay que hacer varios"; "Como la última palabra no existe, hay que inventar la primera”…

Otro pasaje ofrece una singular "coniugación verbal': "Yo voto, tú te abstienes, él da un golpe, nosotros nos exiliamos, vosotros solidarizáis, ellos nos enmierdan". O: "Yo vivo, tú engordas, él suda, nosotros envejecemos, vosotros os enriquecéis, ellos mueren”.

Como dice Eduardo Carrasco, ellos están por "la revolución y las estrellas" Piensan que "las ideologías son parcialidades, intentan clausurar la cuestión. Era algo así como: 'se acabó la fiesta, señores, aquí tenemos la solución'. Pero los catecismos se han revelado inválidos. Habría que inventar un contracatecismo con las cosas no solucionadas y a la gente, en vez de enseñarle respuestas, enseñarle a preguntar, a interesarse, a que despierte su asombro”.

A la salida del Olimpia se vende el disco Tralali, tralalá, en cuya carátula aparece la pintura de Roberto Matta, concebida especialmente bajo el título criollo-surrealista P'aquí, p'acá, p'acá, Payún.

Miguel Budnik