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Los Quilapayún y su público
FuentePeriódico: LE DAUPHINÉ LIBÉRÉ Fecha14 Febrero 1982 PaísFrancia


Edición transcrita/traducida

VISTO EN EL C.A.C.

¡Una misma longitud de Los Andes!

El negro les sienta bien. Tiene el color del velo ficticio que flota desde hace nueve años sobre La Moneda. Allende se fue, pero su nombre de pájaro aún revolotea hoy por encima de nuestras cabezas. Siete perfiles que han decidido cueste lo que cueste dar la cara. Y si hay nudos en sus rostros, es porque no quieren olvidar. En cuanto a esa barba dura que hiere sus rostros, es el eco silencioso de la red de hachazos bajo la cual desaparecería el desprecio humano: Quilapayún... Un nombre como una interrogación seca. Un nombre como el polo de atracción de miles de “respuestas”.

¿Cuántos había el viernes en la sala del C.A.C.? Esas “respuestas” se materializaban por una atención sostenida. Varias centenas, para una ciudad como Mâcon, eso ya es estupendo. Eso prueba, entonces, que los Quilapayún han sabido construir un público auténtico desde 1965, que canta y representa el mundo de los hombres de Chile y la sensibilidad universal.

Diecisiete años de palabras y música

El folclore con ellos es una moneda que se lanza por las ventanas. Sus instrumentos toman la forma de sus voces. La guitarra se convierte en lomo de caimán. Los soplos de las flautas depositan el aliento de una gran ola. Y los tambores, los tambores tocan a los corazones como cantos de combate, sin tregua, con el ritmo de la sangre.

Los Quilapayún se levantan, simplemente, para mostrar sus rostros. Sus rostros son los más serios del mundo. Pero una sonrisa se desliza sobre sus labios. No una sonrisa para el idioma extranjero, sino una sonrisa para el idioma universal —ese que nace del fondo de los ojos. No conocemos las palabras de sus canciones, pero repetimos cada palabra.

Con el corazón y a gritos

Siete hombres negros. Siete corazones enrojecidos por los vientos fríos de otra estación. Siete dedos en una mano mágica que haría falta como suplemento biológico para poder dar mejor. Dar música. Dar vida. Captar también lo más tenue del mundo.

El mensaje, que se defendería por sí solo, pasa de uno a otro. Y los lazos que se tejen entre los Quilapayún y su público parecen surgir de una cordillera. De una Cordillera más bien. Porque sí, en el transcurso de un espectáculo de Quilapayún, cada uno se expresa en la misma longitud… de Los Andes.

D.P.