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El lugar de Quilapayún
FuentePeriódico: L’HUMANITÉ Fecha25 Octubre 1980 PaísFrancia


Edición transcrita/traducida

Nos devuelven con creces su exilio

Desde que en Chile se instaló el tiempo de los asesinos, Quilapayún —salvado de la tortura, la prisión o la muerte por el azar de una gira al extranjero— ha visto, como un sol negro, crecer su densidad en el espacio errante del exilio. Hoy, reducido a lo esencial, este grupo de siete músicos, siete cantantes, siete narradores, sin una nota, un gesto, un paso o una palabra de más, alcanza una fuerza de atracción irresistible. Luz errante en veinte países, apelan a todo aquel que sueña con la libertad, que imagina otro mundo. ¿Hablan todavía español? No lo sé. Escucharlos es oír un idioma extraño que mezcla el chileno con el francés, algunas frases en inglés, el grito, el murmullo. Han elaborado un verdadero esperanto de las certezas por venir, un nuevo idioma que, más allá incluso de la revancha y de la justicia, da cuenta de uno de los crímenes más evidentes de nuestra época y colabora con el vocabulario del coraje. Lo que fue folclor —ponchos oscuros, música andina— se ha convertido hoy en un sistema de signos meticulosos e irrefutables, que ahora contamina el lenguaje de la libertad.

Y quizás ese era el único propósito de estos jóvenes de corazón desgarrado y que canta: elevar el drama de su admirable y pobre país a lo universal, multiplicar todos los recursos de su música para sostener —mezclando humor, cólera, ternura y verdad— esa promesa a la que Neruda, desde las lluvias del Pacífico Sur al mundo entero, supo obligar con su poesía.

Pero decir que Quilapayún se ha realizado hoy, que bajo la luz perfectamente orquestada por Raoul Sangla baila el ballet de sí mismo, no basta. Quilapayún se ha convertido en lo que era, pero no sólo para su propia gloria. Bien podría ser —lo pensaba el otro día mientras los aplaudía, con toda la sala de pie, en Bobino— que nos estén devolviendo con creces la acogida que les dimos durante años en su desgracia. Quiero decir, simplemente, que la forma de arte singular y hoy consumada a la que han llegado estos siete bien podría ser tan útil y eficaz para el arte francés como lo fueron los ballets rusos o la aparición del mimo Marceau. No les hago la ofensa de pensar que olvidan por un instante su país bajo el cuchillo. Sólo pienso que de su miseria y de su drama han sacado un arte que se ha vuelto esencial para la belleza por venir. Vayan a verlos, a Bobino, y me creerán. Tienen hasta el 7 de noviembre. Es una cita imperdible con la modernidad.

Bobino, 21 h. Todas las noches, excepto los lunes.

Jean Marcenac