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Quilapayún en el Bobino
FuenteRevista: PAROLES ET MUSIQUE FechaDiciembre 1980 PaísFrancia


Edición transcrita/traducida

Darle al otoño un golpe de ventana para que el verano llegue hasta diciembre

Veintitrés horas quince, la rue de la Gaité está atascada. Es la hora en la que, ritualmente, Bobino vierte a su público, y mientras los paseantes son tomados por asalto en la marea, los apurados toman su mal con paciencia y los friolentos van directo al café de enfrente. Y luego están los que tararean, los que llevan el disco bajo el brazo, los que comentan y los que, simplemente, se envuelven distraídamente. Es que la sala estaba cálida…

Efectivamente, durante cuatro semanas Quilapayún eligió domicilio en Bobino. Un acontecimiento para el grupo (Eduardo, Hugo, Guillermo, Hernán, “Willy”, Rodolfo, Carlos y Ricardo), estos itinerantes cuya furgoneta siempre está lista para arrancar en todas direcciones.

Un acontecimiento desde muchos ángulos, por cierto. Ha sido importante para nosotros, porque nunca habíamos tenido la ocasión de hacer una parada tan larga, nos dice Eduardo. Pues bien, Bobino fue una especie de encuentro, de reencuentro natural entre un lugar, un público y lo que nos hemos convertido.

Sí, la última noche todos estaban conmovidos de verlos partir, porque es verdad que, con el paso de los recitales, se había tejido un lazo importante. Cálido, el público lo fue todo el tiempo, atento, seguramente, desconcertado, quizás a veces.

¿Por qué? Porque este grupo chileno que vive en Francia desde el golpe de Estado del 73, nos había acostumbrado a un repertorio más lineal, temáticamente más homogéneo.

Pues la canción comprometida, la canción “concientizadora”, ha sido en buena parte ellos quienes la defendieron, transmitieron y alentaron en América Latina. Estábamos entonces acostumbrados a cierta economía en la presentación, un “todo con poncho negro”.

BRUJERÍA Y HECHIZO

Pero en Bobino han dado un paso más; más relajado, más teatralizado, su recital ha tomado de pronto un movimiento y un humor que les (nos) permite pasar de melodías simples y fuertes (Canción para Víctor Jara, por ejemplo) a composiciones más herméticas (Cantata Américas), más insólitas (Discurso de Matta), más sofisticadas (Patria, Entre morir y no morir), más comunicativas (Caminante, Malembe, Tío Caimán), más juguetonas también, como el Vals de Colombes.

¡Vaya uno a saber si la brujería a la que nos invitaban (dirigida contra los Pinochet y su especie —sigan mi mirada: en las primeras filas, a la derecha por supuesto, había dos maniquíes inmóviles: el Dictador y su esposa) no ha tenido efectos especiales! ¡Como el hechizo!

Otra dicha en este espectáculo: una luz domesticada que subrayaba una voz, un gesto, un compás o una sonrisa, y el rostro pensativo del cuadro del Greco suspendido sobre sus cabezas (que no sonreirá, él, ni un ápice, incluso cuando abran el Libro de la Sabiduría para asestarnos máximas mordaces, lapidarias, divertidas o disparatadas).

Que ese humor sea mejor o peor, es otra cosa...No buscamos agradar, sino avanzar.

Quién lo dudaría al escucharlos, sobre todo cuando en quince años de carrera —de los cuales siete de exilio— nunca se les ha visto merodear por el lado de las concesiones ni de la facilidad. Las palabras que expresan nuestro apego a América Latina y a Chile evolucionan necesariamente, se nutren de la poesía, de la música popular, de la música culta, de los diferentes ritmos de nuestro continente.

Esto sigue, como se dice.

Régine Mellac