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Grupo folclórico chileno canta en un homenaje
FuentePeriódico: THE NEW YORK TIMES Fecha4 Marzo 1979 PaísEEUU


Edición transcrita/traducida

«Ya era hora de que alguien hiciera algo irrelevante», comentó el cantautor Steve Goodman poco antes del intermedio en el Homenaje a Víctor Jara la noche del viernes. Y tenía razón. El concierto fue organizado por el Centro Nacional Chileno, el Comité Chileno por los Derechos Humanos y Chile Democrático, y fue dedicado a Jara, quien fue el principal cantautor del movimiento chileno de la “nueva canción” antes de su muerte en 1973 a manos de la junta militar del país.

Los artistas principales debían ser Quilapayún, un grupo folclórico chileno de siete integrantes que se encontraba de gira por Europa al momento del golpe militar chileno y ha estado en el exilio desde entonces. Pero, pese a las mejores intenciones, el grupo y sus acompañantes ofrecieron una velada generalmente pesada.

En sus manifestaciones grupales, el movimiento de la nueva canción chilena guarda aproximadamente la misma relación con la auténtica música folclórica rural que grupos estadounidenses como el Kingston Trio o los Limelighters tenían con sus fuentes folclóricas. Las melodías e instrumentaciones folclóricas solían estar presentes, pero la música era arreglada y estilizada para presentaciones en concierto, a menudo con armonizaciones vocales bien ensayadas que se parecían poco al canto más suelto y heterofónico que se escucha en grabaciones de campo de música folclórica chilena auténtica.

Afortunadamente, el patrimonio folclórico de Chile es muy rico, y mediante el uso de varios instrumentos de cuerda y percusión, además de las encantadoras zampoñas andinas, grupos como Quilapayún logran crear un sonido deliciosamente pleno y brillante.

Uno habría querido escuchar más de ese sonido, pero antes de que el grupo regresara en la segunda mitad del concierto, solo habían tocado unos pocos minutos. El resto del programa incluyó algunas lecturas de la obra de Jara por parte de la actriz Lee Grant, quien luego volvió para traducir algunas de las letras cantadas por Quilapayún; un breve discurso de Leonard Bernstein, y dos pequeños sets de los cantautores estadounidenses Tom Paxton y Steve Goodman.

Las canciones que interpretó Paxton, salvo su sentimental e infaltable Ramblin’ Boy, fueron una serie de dogmas de protesta de lo peor. Le correspondió a Goodman —cuyo repertorio abordó temas de derechos humanos, pero fue casi completamente irrelevante respecto a Chile— demostrar una vez más que la mejor propaganda del humanismo suele ser una canción bien elaborada, interpretada con sensibilidad y cantada con espíritu, incluso con entusiasmo bullicioso.

Robert Palmer