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La balada de los exiliados
FuenteRevista: L'EDUCATION Fecha6 Enero 1977 PaísFrancia


Edición transcrita/traducida

Quilapayún – Théâtre de la Ville – 18:30 – hasta el 15 de enero

Inspirados por Violeta Parra, Pablo Neruda y junto a Víctor Jara, desde los años sesenta han contribuido a devolverle al Chile su identidad cultural, recreando desde sus raíces folclóricas un canto auténticamente popular, porque responde a las exigencias contemporáneas: la Nueva Canción Chilena. En 1972-1973, estos siete cantantes que conforman el grupo Quilapayún partieron por el mundo como embajadores culturales, en una “operación verdad” sobre Chile. La trágica caída de Salvador Allende y de la experiencia chilena los sorprendió en Francia, donde, cuatro días después del golpe, cantaban en el Olympia y aprovecharon la ocasión para afirmar que para ellos la lucha por la libertad continuaba.

“Hoy seguimos siendo los mismos” —dicen con una sonrisa confiada— “seguimos haciendo oír la voz de Chile y somos testigos de una solidaridad internacional excepcional en la lucha del pueblo chileno”. Así exiliados desde hace tres años, y habiendo elegido a Francia como puerto de residencia, Quilapayún continúa una carrera fantástica. En estos tres años han recorrido 36 países, desde Japón a América Latina, de EE. UU. a Australia. Y ahora están en el Théâtre de la Ville, donde desde el 4 de enero ofrecen un espectáculo a las 18:30 hrs.

Músicos maravillosos, auténticos tanto en su canto como en su actitud, asumen plenamente su camino: “Sí, nuestro arte es político. No creemos que todo arte deba ser político, pero para nosotros tiene un sentido. Algunos intentan poner el arte en contradicción con la política: eso es estúpido. Que un arte sea político no lo desvaloriza.” No hace falta que lo digan para convencerse. Basta con verlos, con escucharlos —su último disco, Patria (DICAP 2 C 068-98285 Pathé-Marconi), es de una perfección poco común—: la ejecución vocal está a la altura de la instrumental. Es encaje fino sobre un manto de autenticidad. Más allá del contenido revolucionario —esta canción jugó un papel importante en la construcción de la nueva sociedad bajo Salvador Allende—, aunque no entendamos el idioma y aunque intervenga cierto componente exótico, es imposible permanecer indiferente ante estos cantos de América del Sur que, por su gravedad, pero también por su alegría e intensidad, poseen los secretos del alma de un pueblo.

Para Quilapayún, ¿no será acaso el precio del exilio la desconexión con sus raíces, con ese folclore y con la expresión de un pueblo que son el mismo sentido de su existencia? Están preocupados por esa falta de realidad, de contacto concreto: “Tenemos un bagaje de diez años de animación cultural que nos permite mantener el carácter de nuestra música madre. Pero además estamos constantemente en contacto con Chile, donde hay un núcleo de cantantes, de poetas, que trabajan clandestinamente. La cultura popular chilena no se ha detenido. No ha habido ruptura, pese a las medidas de la junta, porque esta no proponía nada más que destruir.”

Desde hace tres años, su balada de los exiliados, si bien les ha permitido continuar su lucha a través del canto alrededor del mundo, no les impide tomar conciencia de su situación excepcional: “Somos unos privilegiados —dicen—, lejos de la represión. La identificación de nuestro grupo con la lucha de nuestro pueblo se da en condiciones particulares. El público europeo nos ve como mensajeros de esa lucha y nos ayuda y nos apoya. Los pueblos europeos ya saben lo que es el fascismo. Elegimos residir en Francia y este tiempo será para nosotros inolvidable, porque aquí hemos comprendido el sentido de la solidaridad y la comunión de los espíritus.”

Quilapayún canta. Extraen tanto de su alma como de la de sus instrumentos. Cantan la esperanza. Y eso es hermoso. Muy hermoso.

Maurice Guiljot